Concebir a Uruguay como un país agropecuario es, además de un folclore nacional, una realidad económica y territorial. Muchas veces perdemos de vista la importancia del sector en habitar nuestro país, en las exportaciones y en la producción de alimentos para el mundo y para el consumo interno. Sin embargo, la reducida población rural (4% del total) es clave en la estrategia de desarrollo del país. La perspectiva urbana suele representar el agro como en un paisaje verde, ganadero, despoblado y masculino, pero adentrándonos en él encontramos una heterogénea forma de producir y habitar el medio, donde las mujeres rurales son protagonistas.
Los estudios internacionales han venido señalando la importancia de las mujeres rurales para la soberanía alimentaria de los países, para mantener vivos los entramados sociales del medio rural y para el desarrollo de modelos productivos ambientalmente sustentables. Sin mujeres rurales no hay arraigo ni cultura rural.
Sin embargo, cuando ponemos atención en las condiciones de vida descubrimos un medio rural que aún tiene importantes brechas de desigualdad tanto en relación a las condiciones de vida en el medio urbano, como de género entre varones y mujeres rurales[1].
Los desafíos de las mujeres rurales
En Uruguay 65.524 mujeres que residen en el medio rural (INE, 2023), las de 65 o más años 11.277 según el último censo de población (INE, 2023), 7,9% de la población rural. Si se considera toda la población de localidades de hasta 5.000 habitantes y rurales, se trata de 294.235 mujeres, de las cuales 46.363 son de 65 o más años (ECH 2024), también 7,8% de esa población. En ambos casos algo inferior al 9,3 que representan en las ciudades de 5000 y más habitantes.
Las mujeres rurales enfrentan a lo largo de toda la vida desafíos importantes en su autonomía económica. Acceden únicamente al 19,2% de los puestos de trabajo en el agro y lideran apenas al 26% de las explotaciones agropecuarias (DIEA, 2025). Los antecedentes nacionales muestran que las mujeres del agro acceden en menor medida que los varones a: políticas de apoyo a la producción, crédito, empleo, capacitación y asistencia técnica. También se ha estudiado que en el trabajo asalariado son segregadas a determinadas tareas de menor calidad y peores sueldos, y que en el trabajo como productoras también se concentran en tareas de menor posibilidad de decisión y acceso a los ingresos, careciendo de reconocimiento de su trabajo tanto reproductivo como agropecuario.
En este proceso, la figura de aportación “cónyuge colaboradora” -extensamente utilizada en el medio rural- refuerza la idea de un “trabajo secundario” o “de ayuda”, y supedita el acceso a la aportación por trabajo a un vínculo (Gallo, 2023[2]).
Por su parte, también se ha observado que existe menor participación de las mujeres en los espacios políticos del medio rural como representantes gremiales en instituciones públicas y en el tercer nivel de gobierno. Esto sucede, a pesar de que en los espacios comunitarios como comisiones locales (escuelas, policlínicas, clubes, fomentos) su protagonismo es altísimo y pujante.
Adicionalmente, el medio cuenta con menores acceso a diferentes servicios como la educación secundaria, sistema de cuidados, servicios salud, equipos de atención frente a la violencia, entre otros. Así mismo, existe un menor acceso de estas mujeres a vehículos, libretas de conducir y medios de transporte, lo que genera condiciones de aislamiento y encarece el acceso a servicios básicos.
En conjunto, estas desigualdades son determinantes para permitir (o no) la permanencia en el medio rural, en todas las etapas de la vida.
Hacia una agenda de mujeres rurales y vejeces
La fuerte impronta comunitaria de los colectivos de mujeres rurales ha hecho que históricamente hayan actuado como voceras de niños/as y jóvenes, de la familia en su conjunta e inclusive de sus parejas. En cambio, llegar a construir una agenda propia donde se identifiquen las desigualdades de género como una problemática específica y con manifestaciones particulares en el medio rural, fue producto de un largo proceso de encuentro, análisis y reflexión colectiva. Este proceso no ha estado acompañado de un análisis cuidadoso sobre cómo es ser mujer y envejecer en el medio rural.
¿Es lo mismo envejecer en el medio rural que en las ciudades? ¿Cuáles son las necesidades específicas de las mujeres rurales al alcanzar la vejez? ¿Existe una reflexión de las organizaciones de mujeres rurales y de las organizaciones de jubilados/as y pensionistas sobre estas condiciones particulares y su agenda?
Sin existir una agenda explícita, contamos con algunas pistas que creemos aportan a poner el tema en la mesa de las organizaciones rurales y de ONAJPU:
- Los salarios en el medio rural son de los más bajos del país y un alto porcentaje de las mujeres carecen directamente de ingresos propios, todo esto afecta las jubilaciones y condiciona la forma como transitan la vejez;
- Existen tensiones en torno al aporte como cónyuge colaboradora por ser una condición atada a otro aportante, por la invisibilidad que genera del trabajo como tal al ubicarlo como “colaboración” y por el escaso conocimiento sobre los derechos en materia de seguridad social;
- En el medio rural disperso hay grandes carencias en el acceso a respuestas públicas de cuidados, más aún para personas mayores;
- Consecuentemente, durante toda la vida -también en la vejez- las mujeres rurales asumen una sobrecarga de trabajo de cuidados;
- Así como a pesar de la vejez continúan cuidando, también tienen una mayor carga de trabajo reproductivo y doméstico (cocina, limpieza, etc.) porque las distancias dificultan contratar servicios o comprar por ejemplo comida hecha;
- Por diferencias de expectativa de vida, las mujeres rurales suelen enviudar y las condiciones del medio (aislamiento, menores servicios) hacen que se vean forzadas a migrar a pueblos y ciudades, o en su defecto a convivir en el predio con otras generaciones;
- Como la propiedad de los bienes productivos (tierra, empresas) está mayoritariamente en manos de varones, su injerencia sobre en los procesos de venta, decisiones productivas y patrimonio se reduce al enviudar -y aún mucho antes- en manos de los hijos;
- El aislamiento es además un elemento que afecta radicalmente una vejez plena, ya que existen dificultades para movilizarse a espacios sociales y de encuentro;
- Finalmente, un problema clave para toda la vida rural, pero especialmente para la vejez, es el poco acceso a servicios de salud y los costos adicionales de traslados que implica acceder a ellos.
Su compromiso transformador
Si el aislamiento es seña del medio rural, el construir tramas y redes “a pesar de” es la marca identitaria de las mujeres rurales. Sus organizaciones tienen una larga experiencia en el país, y hoy muchas de las lideresas históricas que construyeron las organizaciones, continúan activas siendo ya jubiladas, pensionistas, abuelas.
Las organizaciones de mujeres rurales han desarrollado un trabajo permanente por hacer visible el rol que tienen las mujeres en el medio y en la producción, evidenciar la desigualdad y construir alternativas. Los años “les dieron la razón” y junto a académicas e instituciones generaron políticas específicas para el sector que han sido paradigma en la región. “Hijas” de su comprometida lucha surgieron políticas productivas, de titularidad de la tierra, la Agenda de las Mujeres Rurales, el Plan Nacional de Género del Agro y múltiples diagnósticos que permiten planear estrategias nacionales superadoras.
Así, con histórico compromiso y persistente resiliencia, las mujeres rurales y sus organizaciones están construyendo un medio rural mejor para todas y todos.
[1] El artículo se basa en estudios antecedentes de la misma autora (Florit et al, 2014; Florit, 2021; Florit, 2022; Florit, 2023; Mascheroni, Florit y Courdin, 2024; Florit y Alesina, 2024; Florit, Acosta y Sarli, 2025; Florit, 2025b).
[2] Gallo, A. (2024) “Afiliación rural y enfoque de género. Cambios y continuidades en el acceso a la seguridad social.” Informe N° 104. Montevideo: BPS.